AUDIOCUENTO: La leyenda del girasol

Hace muchos años, a orillas del río Paraná, vivían dos pueblos guaraníes.
Pirayú era el cacique de uno de los pueblos y Mandió era el jefe del otro.
Estos dos pueblos vivían en paz y realizaban algunos intercambios
comerciales de pescados, de mandioca y de redes para la pesca
hechas con plantas. Pirayú y Mandió eran buenos amigos.
Sin embargo, Mandió creyó necesario profundizar esa amistad.

—Para sellar la unión entre nuestros pueblos,
quiero casarme con tu hija Carandaí —le dijo a Pirayú.

Sorprendido, Pirayú le respondió:

—Eso no es posible. Mi hija juró que no se casaría
con ningún hombre. Ella ha decidió dedicar su vida al dios Sol.

Mandió se sintió ofendido por la negativa e insistió
con su pedido.

Entonces Pirayú volvió a explicarle amablemente:

—Desde muy pequeña, Carandaí dedica sus horas
a contemplar el Sol. Solo vive para adorarlo.
Por eso la ponen tan triste los días nublados.

Defraudado, Mandió regresó a su pueblo planeando vengarse.

Cierta tarde, Carandaí navegaba con su canoa por el río.
Las aguas corrían tranquilas, soplaba un viento cálido
y su adorado Sol empezaba a ocultarse entre los árboles.

De pronto, vio un resplandor de fuego sobre su aldea.
Remó y remó con gran desesperación hasta la orilla.
Pero, apenas descendió de su embarcación,
varios hombres de Mandió la sujetaron por los brazos
y la llevaron ante el cacique, que furioso le dijo:

—Ahora veremos si tu dios te libra de mi venganza.
Vendrás conmigo, serás mi esposa, y destruiré a
tu pueblo por haberme deshonrado.

Con lágrimas en los ojos, Carandaí miró hacia
donde el Sol se estaba ocultando.

—¡Oh, Cuarajhy, mi amado Sol! —gritó—.
No permitas que Mandió destruya a mi pueblo.
Llévame a mí, pero sálvalos a ellos.

Inmediatamente, Cuarajhy, el dios Sol, envolvió a
Carandaí en un remolino de rayos dorados.
El fuego que bajaba desde el cielo la hizo
desaparecer ante la mirada atónita de sus atacantes.

Mandió y sus hombres vieron, con gran sorpresa,
que allí donde había estado Carandaí brotaba
una planta alta y hermosa, de hojas verdes
y con una flor enorme, redonda y dorada como un sol.
Desde ese momento, el girasol invita,
con su flor mirando al cielo, a seguir los movimientos
de su adorado dios, el Sol que tanto amaba Carandaí.


Leyenda guaraní.
Versión de Paula Moreno.