Ocurrió una vez, en la ciudad de Bahía Blanca, que un joven asistió a una fiesta en la que conoció a una bella muchacha de vestido blanco. La invitó a bailar y se enamoró de ella instantáneamente. A las tres de la mañana, la chica tenía que volver a su casa y él se ofreció a acompañarla. Cuando salieron del salón, ella dijo tener frío, entonces él le prestó su abrigo.

Al día siguiente, el muchacho volvió a la casa de la joven con la intención de verla nuevamente. Abrió la puerta de la casa el padre de ella y le preguntó quién era y qué deseaba. Cuando el joven le explicó que la noche anterior había acompañado a su hija y le había prestado su abrigo, el padre lleno de tristeza y estupor le informó que la
muchacha había muerto hacía tres años.

El enamorado pensó que se trataba de una confusión y comenzó a preguntar detalles acerca de la chica. No había duda: era la misma. Sin embargo, él estaba muy seguro de que unas horas antes él había acompañado a la joven, e insistía en que debía tratarse de un error. Entonces, los padres lo llevaron hasta el cementerio para que viera la tumba y se convenciera de que era verdad lo que le decían. Al llegar al lugar, una mezcla de asombro y de incertidumbre se apoderó de los tres: sobre la lápida con el nombre de la joven, se encontraba el abrigo que el muchacho le había prestado la noche anterior.

Anónimo