JUAN, EL AFORTUNADO

Cuento popular. Versión de Paula Moreno

Después de trabajar muchos años para su patrón, un día, Juan sintió deseos de volver con su madre. Como había sido un buen trabajador, el hombre lo recompensó con una bolsa de monedas de oro. Juan cargó la bolsa sobre su hombro y partió rumbo a su casa.

En el camino vio a un jinete trotar alegremente en un caballo.

—¡Cómo me gustaría regresar a casa en ese caballo tan hermoso! —comentó Juan en voz alta.

—¿Y por qué viajas a pie entonces? —le preguntó el jinete sorprendido.

—Es que debo llevar estas pesadas monedas de oro a mi casa.

—Si quieres —dijo el jinete—, yo puedo darte mi caballo a cambio de tu oro.

Juan se sintió muy afortunado cuando se sentó sobre el caballo, que anduvo al trote un largo tramo del camino. Ya su cuerpo le dolía cuando, en el camino, vio un campesino con una vaca.

—¡Cómo me gustaría regresar a casa con esa vaca, caminar tranquilo y, además, tener algo de leche, manteca y queso cada día!

—Si quieres —dijo el campesino—, yo puedo darte mi vaca a cambio de tu caballo.

Juan se sintió afortunado caminando detrás de su vaca. Pero, cuando al mediodía intentó ordeñar a la vaca, no logró sacar ni una gota de leche.

En ese momento, pasó un joven que llevaba un ganso blanco bajo el brazo.

—¡Cómo me gustaría regresar a casa con ese hermoso ganso blanco para mi madre!

—Si quieres —dijo el joven—, yo puedo darte mi ganso a cambio de tu vaca.

Ya más cerca de su hogar y con el ganso bajo su brazo, Juan vio un afilador que cantaba mientras hacía su trabajo: “Afilo tus tijeras con mi piedra”.

—¡Cómo me gustaría tener un trabajo alegre como el tuyo!

—Puedes tenerlo —dijo el afilador—, yo puedo darte una piedra de afilar a cambio de tu ganso.

Y Juan siguió su camino cargando la pesada piedra.

Ya muy cansado, se acercó a un pozo para beber agua, pero, al inclinarse, la gran piedra cayó en el fondo del pozo. Cuando Juan vio que se iba al fondo, saltó de alegría y gritó feliz: “¡No hay nadie tan afortunado como yo!”.

Aliviado y libre de toda carga, pudo correr hasta su casa y abrazarse con su madre.

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