Utopía

En el libro Utopía se describe una ciudad-estado, entre comunista y pagana, donde la razón rige de manera absoluta tanto las instituciones como la política. En su momento fue considerada una sátira y una crítica a la política de la Europa cristiana, dividida por el egoísmo y el ansia de poder, que Moro describió en el Libro primero. A partir de esta obra, las utopías ocuparon un lugar en la literatura. Algunos críticos sostienen que la ciencia ficción procede de la actitud utópica.

1. Leé, a continuación, un fragmento del comienzo del Libro segundo de Utopía, de Tomás Moro, escrito en el año 1515.


DISCURSO DE RAFAEL HITLODEO ACERCA DE LA MEJOR ORGANIZACIÓN DEL ESTADO

La isla de Utopía tiene en el medio doscientas millas de ancho, dimensión que casi no varía en su mayor parte, pero se angosta en los extremos. Se parece a una luna en cuarto creciente; entre sus cuernos hay once millas de mar, que entra en una gran bahía, cuya curva costa mide quinientas millas y está bien protegida de los vientos. Como no hay en esa bahía corrientes fuertes, su litoral forma una suerte de puerto continuo, muy útil para el comercio de sus habitantes, pero la entrada en la bahía es peligrosa, flanqueada de un lado por escollos y del otro por bajíos. En el medio de ella se destaca sobre las aguas una roca, fácil de evitar y en lo alto de la cual hay una torre y una guarnición; los otros escollos están bajo el agua y son muy peligrosos. Solo los nativos conocen el canal, de modo que ningún extranjero osa llevar por allí su nave, pues corre grave peligro de naufragar, como no la guíe un práctico utopiano, y ni siquiera este podría hacerlo de no contar con ciertas señales que lo orientan desde la costa y que bastaría trasladar un poco para llevar al desastre a cualquier flota enemiga, por poderosa que fuese.

También del otro lado de la isla hay muchos puertos, y la costa se halla tan bien fortificada, por la naturaleza y la obra humana, que bastaría una pequeña fuerza para impedir el desembarco de un gran ejército. Se cuenta –y hay señas físicas que permiten creerlo– que al principio no era una isla, pues estaba unida al continente. Utopo, su conquistador, cuyo nombre ahora lleva, pues antes se llamaba Abraxa, elevó a sus rústicos pobladores hasta un grado tal de civilización, que hoy superan por mucho al resto de la humanidad. Tras someterlos con poco esfuerzo, decidió separar el territorio del continente y hacerlo rodear por el mar. Para ello mandó excavar un profundo canal de quince millas de largo, tarea en la cual, para que los nativos no se sintieran tratados como esclavos, hizo trabajar también a sus propios soldados. Acometida la obra por tantos, se la concluyó con increíble rapidez, y los pueblos vecinos, que al principio se burlaban de la empresa reputándola de insensata, se sintieron sobrecogidos de admiración y terror.

Hay en la isla cincuenta y cuatro ciudades, todas grandes y bien edificadas, donde imperan idénticas costumbres, instituciones y leyes, y han sido planeadas tan parecidas entre sí como lo permitió la naturaleza de los sitios donde están. Las más cercanas distan por lo menos veinticuatro millas entre sí, y entre las otras no hay más distancia que la que un hombre puede hacer a pie en un día. Para tratar acerca de los asuntos de interés común, cada ciudad envía una vez por año a tres de sus varones más sabios a Amauroto, principal urbe de la isla; situada cerca del centro de esta, brinda el lugar más apropiado para tales reuniones. Cada ciudad tiene una jurisdicción no inferior a veinte millas a la redonda, que aumenta con la distancia que las separa, y ninguna desea ampliar sus límites, pues sus habitantes se consideran antes arrendatarios que dueños de las tierras. En todo el país se han construido casas para campesinos, bien edificadas y provistas de todos los implementos necesarios para trabajos agrícolas. Los pobladores de las ciudades son enviados por turnos a vivir allí; ninguna familia campesina tiene menos de cuarenta hombres y mujeres y dos esclavos. En cada una hay un amo y una ama, y para cada treinta familias se designa un magistrado, o Filarca. Todos los años, veinte miembros de cada familia retornan a la ciudad, después de haber permanecido dos años en el campo, y los reemplazan otros tantos provenientes de aquella, quienes, tras ser instruidos en las faenas del agro por los que llevan un año residiendo allí, deberán a su vez instruir a los que lleguen al año siguiente. De tal manera, todos quienes habitan las granjas entienden de agricultura, lo que evita la comisión de errores que podrían acarrear escasez de granos. Pero si bien todos los años unos turnos de campesinos ceden su sitio a otros, para no forzar a nadie a llevar, contra su voluntad, vida tan dura, a muchos esta les agrada tanto que prefieren continuar en ella.

Los agricultores cultivan la tierra, crían ganado, cortan madera y llevan todo ello a la ciudad, por tierra o por agua, según convenga. Crían multitud de pollos y de manera singular, pues los huevos no son empollados por las gallinas, sino incubados en un ambiente de calor adecuado, y no bien los pollitos rompen el cascarón y son capaces de moverse, siguen al hombre que les da de comer tal como otros la gallina que los ha incubado. Crían pocos pero muy fogosos caballos, que solo sirven para que la juventud se ejercite en el arte de la equitación; no los usan para trabajo alguno, como el cultivo o el transporte, en los que emplean bueyes, pues si bien los caballos son más fuertes, aquellos son más sufridos y menos susceptibles de enfermarse, de modo que no cuestan tanto y exigen menos atención, aparte de que ya viejos e inútiles para el trabajo, brindan buena carne.

Los utopianos no siembran grano salvo para comer, pues beben vino, cidra o perada, y a menudo agua, a veces hervida con miel u orozuz, que tienen en abundancia. Si bien conocen con exactitud cuánto cereal necesita cada ciudad y el territorio que la circunda, siembran una cantidad mucho mayor y crían más ganado que el necesario para tal consumo, y distribuyen el sobrante entre las ciudades limítrofes. Cuando necesitan en el campo algo que este no produce, lo buscan en la ciudad, sin dejar nada en cambio. Las autoridades urbanas velan porque así sea; una vez por mes se reúnen todos en la ciudad, con motivo de un día de fiesta. Cuando llega el tiempo de la cosecha, los Filarcas comunican a los magistrados urbanos qué cantidad de trabajadores necesitan; enviados estos, por lo general se concluye la cosecha en un día.

Tomás Moro, Utopía , Buenos Aires, Longseller, 2008.

2. Investigá y tomá nota de cómo era la organización del trabajo urbano y rural en la época en que Tomás Moro escribió esta obra.

3. ¿Qué cambios se plantean en la organización del trabajo en Utopía respecto de lo que sucedía en la realidad?

4. ¿Estás de acuerdo con la organización de la isla? ¿Por qué? ¿Cómo sería tu Utopía ?

Si necesitás entregar esta actividad como tarea, sacá una captura de pantalla y enviásela a tu docente.

© Todos los derechos reservados Longseller S.A. 2020

Desarrollado por Leticia Francalancia